Hoy me he despertado de buen humor.

Brilla el Sol y su calor hace que pueda vestirme con ropa ligera que me ayuda a sentirme aún más libre.

Parece que todo va a salir bien hoy.

Me pongo en marcha y salgo para encontrarme con el mundo y las personas con las que experimento mi trocito del planeta.

Me siento calmada, tranquila y puedo compartir mi alegre sonrisa con cualquiera que se cruce en mi camino ¡la vida es maravillosa!

De pronto, alguien irrumpe en mi idílico estado y me aporta palabras malsonantes que son el vehículo de su rabia y de su inconformismo.

Y sin darme cuenta permito que esa hierba seca se quede en algún lugar dentro de mí.

Continúo sonriendo a la vida y sin saber cómo, estoy en medio de una conversación en la que los ánimos son bastante negativos.

La crítica que no ayuda a construir ni a cambiar nada, me lleva a usar un vocabulario que no me gusta y me mete en un bucle que poco a poco va truncando la sonrisa con la que me había saludado al levantarme, mientras me peinaba ante el espejo.

Ya no me siento tan ligera ni tan libre…

Parece que sin darme cuenta he cogido una mochila que hace que mi espalda no esté tan recta y mi expresión física se está modificando, mi ropa ligera es como si estuviera haciéndose más gruesa.

Una llamada de teléfono me devuelve la alegría por un momento.

Mi mente vuela libre y puedo sentir como la brisa mueve mis pensamientos para liberarlos y elevarlos.

Sin más, se abre otra puerta que no espero y comienzan a llegarme reproches y palabras hirientes que me aceleran el pulso.

Alguien se ha propuesto descargar su frustración hacia mí.

Parece que su vida no le da lo que esperaba y mi buen humor le molesta y ha decidido atacarme con toda la caballería que tiene en su ejército personal.

De repente, sin saber cómo, esa brisa que había revivido mi luz interior se convierte en un huracán que ha despertado la luchadora que llevo dentro.

Pero no esa guerrera que busca la tranquilidad, sino la que no piensa y actúa bajo las reacciones de sus emociones, sin control.

Ya ha pasado todo, ahora solo queda un paisaje desolado por ese fuego descontrolado.

El que empezó a arder porque no supe arrancar a tiempo esos pensamientos y esas sensaciones que pesaban tanto.

Las lágrimas secarán nuestros ojos y los dejarán apagados, tristes o llenos de ira.

No importa, lo que ha pasado, se podía haber controlado.

Era mi responsabilidad, también la suya, pero yo tenía que haber sabido cuidar de mi misma y no permitir que toda esa hierba seca que ponían a mis pies se fuese amontonando para que cualquier brisa acompañada de alguna chispa la hiciera arder.

Ahora puedo darme cuenta de que todas esas flores secas que coleccioné en mi álbum de la melancolía son combustible. Una potente combinación que parece inofensiva guardada como un precioso tesoro.

Un tesoro maldito que solo trae dolor y desesperanza cada vez que decido abrir esas hojas para contemplarlas o para compartirlas.

Puedo culpar a los demás, pero esta mañana me desperté en paz ,con una enorme sonrisa y esa sensación de libertad que me hacía sentirme tan feliz. Era la mejor compañía para mi día y las personas con las que lo comparto.

Me responsabilizo por haber perdido esa sensación y por permitir a otros quemarse con las brasas de mí fuego.

Voy a poner todo mi empeño en aprender a mantener ese estado de serenidad en mi vida porque es el que mejor combina con la luz de mi interior, mi estupenda sonrisa y la alegría de los demás.

Si tú también te sientes así en algunas ocasiones, te invito a conocer el programa 9 De Corazones, enfocado en descubrir tu inteligencia emocional y mejorar tus relaciones sociales.

#SusannaSánchez

#9DeCorazonesBySusannaSánchez

 


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